Las fiestas del Centenario se anuncian y las “bolas” -movimientos de protesta que han comenzado a brotar por todas partes- se calman por lo pronto, se suspenden o se aplazan, renacen y se disuelven para no estropear la alegría. El mexicano está siempre dispuesto a la fiesta. Se complace en festejar cualquier acontecimiento, el triunfo de alguien, la derrota de alguien, su propia derrota, está dispuesto a conmemorar cualquier momento y a ser anfitrión. Es hospitalario y animador por naturaleza, y aunque se sienta triste, le gusta ver alegres a los demás. “Bailemos, que vean los muertos que estamos contentos”, dice algún poema indígena, y la herencia persiste a través del tiempo.

Las fiestas del Centenario debían tener gran importancia para el pueblo, pues rememoraban cien años de independencia del país y durante todo un mes iba a festejarse el acontecimiento. Se habían preparado inauguraciones de monumentos, primeras piedras de edificios, desfiles, exposiciones, etc. Cien años después del Grito de Dolores, desaparecidos los hombres y sus pasiones inmediatas, iban a devenir en símbolos, a reunirse con su momento histórico en una columna planeada por el dictador que bien conocía las debilidades de su pueblo.

[…]

Carmen Toscano (1910-1988).
Memorias de un mexicano. Historia de una película, 1993.
San Luis Potosí, S. L. P. México. Noviembre de 2010. 

Exposición itinerante bilingüe de 12 lonas en gran formato para exteriores, en el marco de los festejos Nacionales del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución.